Literatura

Beatriz Vignoli: una caja con papeles llena de viento

Beatriz Vignoli, una de las escritoras más influyentes del país, compuso a través de un pequeño libro una obra magnífica, pensada desde la relectura de manuscritos inéditos del siglo pasado, a los que suma poemas nuevos. El resultado se llamó Museo del viento, su último libro de poemas publicado en Buenos Aires por la Editorial Nebliplateada, con foto de tapa por Maxi Conforti.

24-11-2023 | 9:40 |

Vignoli y sus libros.
Foto:Gentileza.

Entre los años 2021 y 2023, Beatriz Vignoli publicó nada menos que 7 libros. En 2021, su primer libro de cuentos, Mi gato interior, por Libros Silvestres. En 2022: Viernes, Poesía reunida, 1979-2021, Editorial Nebliplateada. Luego, Expreso, en la colección Poetas Argentinos de la Editorial Biblioteca y Lemuria, una novela de no ficción, por Mansalva. En 2023, la novela corta Reverie, con Iván Rosado; Eva Poseída, libro de cuentos por Eloísa Cartonera y Museo del viento. Y tiene en preparación con Siete Vidas su primer libro de ensayos, Canción de la derrota. Y con La Gran Nilson, un libro de obituarios: Podré recordarte sin que me interrumpas.

Beatriz no tuvo una idea, sino miles que se dispersaron a lo largo del tiempo a mediados de los años 90, mientras vivía en pensiones de Buenos Aires donde con gran dificultad lograba no perder su material tras las mudanzas. Conserva hoy en su archivo, en Rosario, aquellos papeles mecanografiados y anotaciones. Museo del viento sería la sobreviviente favorecida, el fruto de su largo camino por la vida misma recorrida como en una novela de aprendizaje que debió vivir con su suerte echada al destino.

Beatriz cuenta que el libro surge del mismo trabajo de archivo de donde nace Viernes. “Tanto Museo del viento, como Viernes nacieron del mismo trabajo que hicimos sobre mi archivo con Marina Maggi, que es la prologuista de Viernes, y con María Gómez, la editora de Nebliplateada. Llevo años guardando inéditos, documentación, cajas de papeles, fotos, y algo de todo eso está desplegado en Viernes. Y había un conjunto de poemas inéditos que encontramos con María, que son de fines del siglo pasado y otros de principios de este. Los había escrito a máquina en mi pieza de pensión en Buenos Aires, en un momento de mucha soledad, de devastación en lo social y económico. Ahora, con la perspectiva histórica, se puede leer ese contexto.

 

Tenés que leer

 

Esos poemas estaban ahí esperando su lector y con María se nos ocurrió un primer título posible: Infinita riqueza abandonada, que sale de unos versos de Edgar Bayley. Museo del viento iba a ser el título de otro libro más que se terminó llamando Expreso, que salió publicado también en el año 2022, por la Editorial Biblioteca de la Biblioteca C. Vigil. Y Museo del Viento quedó boyando como el viento.

Beatriz estaba estudiando el traductorado de inglés, en el lugar y fecha indicada. El 8 de junio de 1984, presenció una conferencia de Raymond Carver cuando cursaba literatura norteamericana, uno de cuyos temas recurrentes es el del pez perdido, alegoría de las pérdidas que, según ella, empieza con Moby Dick, la novela de Herman Melville.

“La obsesión del capitán por capturar a la ballena blanca que siempre se le escapa y cuando por fin la atrapan, es la ruina total de sus captores. Y en Hemingway, sobre todo en los cuentos juveniles de la Primera Guerra Mundial, en Winner Take Nothing, el ganador no se lleva nada. Yo vivía instalada en la biblioteca de Aricana, porque tenía un sofá, calefacción y pasaba los días ahí leyendo. Y desde esos cuentos aparece esta idea estoica y existencialista también, de que es imposible ganar, todo es pérdida en la vida. La culminación de esa obra hemingwayana es la novela El viejo y el mar, con la que gana el Premio Nobel en el año 61. La historia de un viejo pescador que sale al mar y pesca un pez gigante, pero se había metido tan mar adentro que le cuesta muchos días volver a la costa. En el camino, al pez gigante se lo van comiendo y lo que hubiera podido ser el orgullo de su vida, no tiene pruebas, se lo morfaron los tiburones. El concepto de Museo del Viento se conecta (en forma implícita) con el concepto del pez perdido, que tiene que ver con El viejo y el mar”.

“Una de las muchas cosas que me pasaron en el año 2022, fue que reapareció mi vieja anécdota completamente increíble, que fue cierta: yo escuché a Raymond Carver leer en Rosario. Fue en el Salón de Actos del Instituto Olga Cosettini, que en aquel momento compartía sede con el Normal 1. Una lectura de la que no me quedó casi nada porque me quedé dormida. También dio una conferencia sobre Ernest Hemingway; lo supe después, que Carver habló de eso, porque entrevistamos con Lucas Cosignani a la organizadora, a la ex directora Fanny Sloer de Gottfried. Ahí conecté los puntos, porque es muy famoso el poema que escribió Carver sobre su visita a Rosario, con la imagen de un pez perdido, el recuerdo de un salmón que él no logra capturar, que se le escapa. Uno de los argumentos usados para refutar esto, era que en el río no hay salmones. Y el mismo día del año pasado que conversamos por radio con Rodrigo Manigot, con Fanny Sloer y con Tess Gallagher, la mujer de Carver, el diario La Capital publica en la tapa el hallazgo de un salmón en el río Paraná. Obviamente el pescador no es Carver porque él murió en el año 88. De su visita no queda ningún registro porque (hasta donde sé) no hubo prensa, ni fotos, ni grabaciones y si las hubo se perdieron. La gente que todavía vive, pocos se acuerdan aunque lo hayan escuchado. Entonces todos dicen que es un mito y no, no hay relato histórico, no hay documentación, pero a su vez es una memoria frágil porque uno o se durmió y no lo experimentó, o el otro que sí lo experimentó se olvidó, es como el juglar que cuenta lo que le contaron. Carver es mi pez perdido”.

—¿Y cómo relacionás tu experiencia vivida con el libro?
—Museo del viento tiene como eje y alegoría central a la película Stalker, de Andrei Tarkovsky, filmada en una locación parecida a lo que años después fue Chernobyl. Me puse a indagar sobre la historia de cómo fue su realización y resulta que se rodó en medio de la toxicidad radiactiva y condiciones climáticas adversas. La película sale fallada y se pudo rescatar muy poco de todo lo filmado. Los que alcanzaron a ver esa primera versión dicen que era hermosa. Después tuvieron que rehacerla y la gente que participó empieza a morir por las secuelas de la exposición.

Entonces no recuerdan; los que vieron la película van muriendo y todavía quedaban esas cintas primeras guardadas en un lugar que de pronto un día se incendia. Es una película perdida constantemente. En Museo del viento empecé a construir un universo en donde la destrucción es el constituyente mismo del mundo. La pérdida, la fragilidad, no solo son un riesgo, sino que aparecen como lo constitutivo. Casi todos los poemas nuevos tienen el mismo título con un número y en el orden que fueron compuestos. Por ejemplo, el de “Museo del viento VII”, es el del zorzal, que ya no canta. El zorzal que cantaba en la casa de unos amigos: “vení Beatriz, vení, vení, Beatriz”, lo había grabado, porque nos causaba gracia y al final perdí la grabación, se mudaron mis amigos y luego pierden esa casa. Esas historias en donde no queda nada están presentes en mi poesía, como una categoría ontológica que está entre el ser y la nada. Un poema mío que se llama “Parra”, que está en mi libro Lo gris en el canto de las hojas (Baltasara editora, 2014), termina diciendo que he soñado con una palabra inventada que olvidé. Entonces, ¿en qué categoría ontológica pongo ese objeto? Unos versos que no recuerdo, o una palabra inventada que olvidé, ¿dónde es eso? En el Museo del Viento, un lugar imaginario que se lleva la palabra.

—¿Por qué escribiste vos misma la contratapa del libro?
—Porque quise aclarar la paradoja de retener la huella borrada, la doble pérdida que hace al concepto de Museo del viento como una categoría filosófica ambigua, inestable. El imaginario distópico de Siberia engancha justo con Chernobyl, porque al final de ‘Museo del Viento XI’, que es el último poema de la serie, el que habla de Stalker, dice: “Cuando voló Chernobyl, / a la zona letalmente radiactiva le pusieron /
La zona / y a quienes aventuraban en ella a sacar fotos: / Stalkers. / Quien contemple una foto de esas ruinas / sepa que quien captó ese instante / pagó por retenerlo / casi todo lo que le quedaba por vivir”. Perdés años de vida para sacar esa foto que después a lo mejor se pierde. Es muy loco.

“Y el poema ‘Carta, (4 de enero de 1997)’, inaugura esta sección que tiene que ver con el pasado y empieza con esta fecha. Y entonces acá empieza a aparecer como este otro espacio: ‘porque aquí / desde donde te escribo / el tiempo es espacial / y el espacio pasó’. ‘Vigilia’, es un poema del que yo tengo el recuerdo de la experiencia de haberlo escrito en la pensión, sola, y con el ritmo de la máquina de escribir como un staccato: ‘Hasta cuándo / la conciencia / teniendo / el mundo / que no se me desarme / lo que existo / se me cansa / el yo / de tener agarrado / …y no puedo soltarlo / que se me viene encima / se aflojó / la presión / de mi pensar / antes era distinto / se podía nadar / sin pensamientos / sin forma / descansar / irresponsable / y la tribu cuidaba / el sentido. / Ahora / me parece que el mundo / no va a seguir ahí / si yo cierro los ojos’.

Después viene ‘La nada sin ojos’, un texto en prosa poética. Dialoga con una lectura que estaba muy de moda a fines de los 90, un verso de Cesare Pavese que todos repetían: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”. Yo hacía mucho de estas cosas, pongo un guiño a Osvaldo Lamborghini que también estaba de moda. Es una especie de pelea con las lecturas de esa época: no, ‘vendrá la muerte y no tendrá los ojos de nadie, vendrá la nada sin ojos’. Después hay un texto que dialoga con el poema sobre Stalker, es ‘Fragmento de prosa en verso hallado en Vítebsk, Siberia’. En ese momento estaba leyendo a Mijaíl Bajtín, un ensayo que cito al comienzo de mi novela Molinari baila (El Ombú bonsai, 2011) y que escribió en Siberia, en Vítebsk. Porque me gusta leer la teoría literaria a contrapelo de la lectura hegemónica. O sea, el Bajtín que se da en las escuelas de periodismo, en las escuelas de letras, es el que trabaja la cuestión de los géneros literarios. Es el Bajtín patovica, el que hace una división muy rígida y precisa de qué es literatura y qué no lo es. En cambio, el que yo leo es el preso político, el que estaba solo en un gulag y decía: ‘tan solo al otro se puede abrazar, abarcar por todos lados, palpar amorosamente todos sus límites. […] Yo mismo no puedo ser sujeto de mi propia valoración, así como no puedo levantarme a mí mismo al asirme por mi propia cabellera’. Esto dicho hoy, post pandemia, es la reivindicación del abrazo. En el poema ‘Afterthoughts on a manifesto’, escrito hace 20 años, hago una parodia de los manifiestos, los textos que producían y publicaban los grupos artísticos de vanguardia. Es involuntariamente premonitorio de cierto discurso electoral actual al decir: ‘¡Basta de libros! ¡Basta de enciclopedias! / (¿Significa eso que ya no queda nadie?) / ¡Quién necesita cuadros! ¡Quemen ven esas novelas! / (¿Significa eso que ya no queda nadie?)’”.


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