Foto: archivo/Guillermo Di Salvatore
Gisela Mesa | [email protected]
El magistrado Marcelo Molina, ex juez de familia de Rosario, dialogó con Mirador Provincial acerca de un tema que aborda los derechos, el amor y la niñez: la adopción. Hace un tiempo, Molina publicó su primer libro titulado “¿Cuánto tiempo es un tiempito?”, una obra que recoge vivencias y reflexiones de sus diez años como juez de familia.
Actualmente sacó otro llamado “Un tiempito para tus derechos. Entre un mate y un café” (Editorial Juris). El libro es una clara invitación a dialogar y vivenciar a través de la lectura el significado que trae la adopción.
-Contanos del barrio que te vio crecer, de tus abuelos, de tus padres.
-
Nací en 1966 y me crié en el barrio Refinería de Rosario, cuando era un barrio poblado por obreros ferroviarios, pequeños comerciantes, trabajadores del puerto y de las fábricas que hallabas a poco de caminar sus calles y múltiples cortadas.
Mi abuelo paterno -Pepe- nació en Líjar, provincia de Almería, en la región de Andalucía, España, y mi abuela paterna -Laura- aquí en Rosario, hija de españoles. Se casaron en la década del treinta y fundaron un almacén de barrio tradicional con la “casa de familia” detrás. Allí nació mi papá, Pepito.
Mis abuelos maternos, Chencho y Rosa, eran peones de campo, criollos muy humildes que se afincaron en Los Molinos, a pocos kilómetros de Casilda. Conformaron una típica familia rural santafesina: muchos hijos -once- y mucho pero mucho trabajo.
Chola, mi mamá, vino a trabajar a Rosario cuando tenía trece años como empleada doméstica y hacia la década del cincuenta vivía en una pensión que estaba en la misma cuadra que el almacén de mis abuelos paternos. Allí conoció a Pepito y en el año 59 se casaron.
Chola y Pepito tuvieron dos hijos, el mayor, Jorge Alberto, mi hermano, quien desde muy pequeño mostró todas sus aptitudes para las artes plásticas y hoy por hoy es un enorme artista cuya obra podés ver con solo caminar por las calles rosarinas.
A Pepito sus pulmones le jugaron una mala pasada en septiembre del 78, y ahí quedamos esperando mi hermano (16) y yo (12). Chola falleció en 2014, luego de haber sacado adelante la familia. Nos dejaron algunos legados enormes: la educación como factor indispensable para el crecimiento y el acento puesto en el esfuerzo más que en el resultado.
Derecho
-¿Por qué elegiste la carrera de abogacía? Y ¿cómo llegaste a ser juez de Familia?
-Cuando mi mamá me llevó a la Escuela Obispo Agustín Boneo -de la obra Don Orione- para anotarme en preescolar, la vicedirectora nos recibió en su despacho y me preguntó si sabía escribir algunas letras. Le contesté que sí y le dijo a mi mamá: “Es gordito y alto el nene; mejor lo ponemos en primer grado y después vemos”.
En verdad, mi educación empezó en el barrio, con los amigos refineros que siguen siendo mis amigos: el Matra, Pablo, el turco, el Ingeniero, Pedro, el Cacu, Ariel, el Wichy, el Chaza y Guille, que se nos fue pero aún nos guía.
Cuando llegué a 7mo grado mi viejo me hizo hacer un “test vocacional” y dio como resultado “mejor no lo mande a una técnica”. Pepito me anotó en el cursillo del Superior de Comercio, escuela dependiente de la UNR. Antes de finalizar, Pepito murió y para mí, entrar al Superior, fue un mandato ineludible.
Amé esa escuela y al grupo de pibes con quienes me tocó compartir esos cinco años. Siguen siendo mis amigos: la Iguana, Mauri, el vasco, Leandro, Ariel, Jorgito, Chimi, Rolo y Pantera, Gabriela, las Marcelas, Liliana, Claudia, Ana, Mara, Roxana, Carlita, Gueli y Andrea.
Iba derechito para contador público nacional pero en cuarto año tuvimos un gran profesor de Derecho Civil, el juez de menores Juan Artigas y al año siguiente en Derecho Comercial tuvimos otro enorme profesor, el Dr. Gustavo Rienzi Lapunzina y me enamoré del derecho. Claro está, fui a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario.
Comencé en 1984 y a los pocos meses recibí una beca en el Banco Nacional de Desarrollo, beca que otorgaba el nuevo gobierno democrático a los mejores promedios del Superior de Comercio y del Urquiza. Y ahí me quedé y aprendí a trabajar. Me recibí de abogado en 1989 y rápidamente pasé al sector jurídico del Banco. En ese mismo año, el nuevo gobierno decidió el cierre del Banco aun cuando había prometido su reactivación. Y como gran parte de mis compañeros se fueron, quedé con 23 años como “delegado gremial”. En el 92 me fui del Banco y comencé a ejercer la profesión del mejor modo que podía.
Para mí siempre fue sumamente difícil salirme de la clásica perspectiva del juez. Quizá porque siempre fui pésimo para los deportes y más que ponerme de “arquero”, me ponían de “árbitro”. Me presenté primero para un concurso para cubrir un cargo en el Tribunal Colegiado de Familia N° 4, en el que quedé segundo. Y en 2007 concursé para Familia 5 y obtuve el primer lugar. En diciembre de 2007 juré en ese cargo.
La historia de los libros
-Hablanos de “¿Cuánto tiempo es un tiempito?” y también de “Un tiempito para tus derechos”. ¿Cómo surge la génesis de estos dos libros?
-Para entrevistar niños, cada juez o jueza despliega distintas técnicas, algunas aprendidas, otras improvisadas, otras testeadas y mejoradas con la práctica. El posgrado de Familia de la UNR nos había brindado algunas herramientas provenientes de la psicología, la antropología y la sociología y una mirada amplia hacia las disciplinas no-jurídicas (esto último es indispensable para cualquier juez de familia).
En mi caso particular, tenía siempre a mano lápices de colores, papel y algunos juguetes. Casi siempre los chicos optaban por dibujar y esos dibujos podían llevárselos, colocarlos en una carpeta junto a otros dibujos o pegarlos en la pared. Muchos de ellos volvían con el único objetivo de ver si sus dibujos aún estaban pegados.
Ahora bien, detrás de cada dibujo había una historia. Un día, el periodista Claudio “El Tate” González me preguntó por los dibujos y le conté, sin dar nombres, algunas de esas historias. Me propuso hacer una nota para su diario, cosa que acepté. Pero esa noche, cuando llegué a mi casa decidía escribir tres relatos y se los mandé al Tate con la condición de que los publicase tal cual. ¡Y eso hizo!
Los relatos eran los mismos que yo venía contando en las charlas que daba para la comunidad, nada más que esta vez adquirieron una forma más ordenada con la intención de quedar escritos adecuadamente por quien no es escritor. Algunos amigos me sugirieron publicar los relatos en un libro, cosa que yo también estaba pensando.
Como conté antes, mi hermano Jorge es un gran artista plástico. Siempre parecimos estar en las antípodas, uno abogado, el otro artista. Le propuse hacer algo juntos y así salió la idea de publicar el libro con sus ilustraciones (también hizo la edición, porque uno de sus trabajos fue la edición de libros).
El título fue “¿Cuánto tiempo es un tiempito?” que es una pregunta que me hizo la pequeña Luli de 7 años, quien había ido al juzgado para ser entrevistada junto a su hermana de 5 y su hermanito de 3 años, en el marco de una posible declaración en situación de adaptabilidad. Ella me preguntó si era yo quien les iba a buscar una mamá y un papá, que era lo que ellos querían. Le contesté que sí y ahí nomás agregó “¿cuánto tiempo falta?”. Por mi mente pasaron papeles que subían y que bajaban, recursos, resoluciones, dilaciones, y contesté: “Un tiempito”. Luli, sin pensarlo dos veces, retrucó: “¿Cuánto tiempo es un tiempito?”
El libro es un conjunto de relatos de entrevistas con niños, a los que sumé algunos vinculados a nuestro trabajo en el Tribunal y algunos de mi propia infancia. Con ese libro recorrí numerosos pueblos invitado por comedores barriales, hogares de niños, organizaciones no gubernamentales, parroquias, bibliotecas populares. Yo les llevaba libros y ellos los vendían enteramente a su beneficio en el marco de una charla gratuita que estaba a mi cargo.
En enero de 2019 me propuse ordenar los relatos en una obra de teatro, incluyendo otros aspectos que se ven en el fuero de familia: salud mental, violencia familiar, cuidado personal de los niños, ancianidad, género, adicciones. Lo pensé al hilo de una mañana en un juzgado de familia, con algunos monólogos que reflejan entrevistas con las personas que acuden al juzgado. La segunda edición cuenta con más relatos y con la obra de teatro. La hice con la editorial Juris, de Gino Maezano, que es una editorial jurídica pequeña, rosarina, cuyo titular se banca que el librito esté también gratis por internet.
En cuanto a “Un tiempito para tus derechos entre un mate y un café” hay un relato que se llama “Saber escuchar I” y dice así:
Una señora bajita, con una pollera negra, una blusa y un saquito de lana roja entró en el departamento donde yo ostentaba mi diploma de abogado, pocos meses después de que Mario me dio la mano y me felicitó por haber terminado la carrera. Se sentó, tomó su cartera negra de cuerina y, despacio, sacó un papel doblado en cuatro. El vértice del doblez dejaba ver un agujerito que unía las dos líneas cruzadas dibujadas en el dorso. Lo desplegó y lo puso sobre el escritorio: “certificado de matrimonio” se leía. Me lo dio en mi mano y, sin mirarme a los ojos, me dijo: “Quiero pedirle el divorcio”.
Tomé sus datos, los de su marido, le expliqué el trámite y así se fue, en silencio, con la cartera amarrada entre su pulgar y su codo, aprisionada contra su costado izquierdo.
-No entiendo, le dije a la Secretaria de Familia 4, ¿“estese a la sentencia número….”?
-Sí, doctor, ¡este divorcio lo dictamos hace tres años!
La señora bajita, con su pollera negra, su blusa y su saquito de lana roja, volvió a entrar a mi remedo de oficina.
-A ver, señora, ¡usted ya está divorciada…!
-Sí, pero por la casa, ahora me quiero divorciar por el auto.
Un joven con título de abogado aprendió una enorme lección: respetar al cliente comienza por escuchar su historia, observar sus gestos, mirar sus ojos, deslizar alguna pregunta.
Me lo enseñó una señora bajita, de cabellos color azabache, que venía en colectivo desde el barrio que está cruzando la avenida.
Allí empecé a cursar “Saber Escuchar I”, claro está, fuera de la Facultad.
En el derecho tenemos una regla que dice que “el derecho se presume conocido por todos”. Es una regla tan necesaria como ficticia. En la contratapa de “Un tiempito….” puse esta frase: “El derecho es mi pasión, pero no es mío. Tampoco es de los jueces, ni de los abogados, ni de ningún funcionario. El derecho es en tanto sea de la gente y para que eso se logre debe ser conocido por todos. Por ese sendero camina este librito”.
La divulgación de los derechos es imprescindible. En ese aspecto, la ciencia del derecho se encuentra muy atrás de otras, como la psicología, la economía, las neurociencias, que tienen divulgadores muy reconocidos (tan reconocidos como vapuleados por los “científicos” de sus respectivas áreas).
La importancia de la divulgación está más que probada. Fíjate lo que sucede en violencia familiar y de género. Se han logrado enormes niveles de concientización que se traducen en un ejercicio activo y efectivo de esos derechos.
Desde aquella situación que relato en “Saber escuchar I”, pasando por los tan distintos lugares donde tuve que ejercer el derecho con la gente, siempre tuve la intención de hacer una suerte de derecho disponible para todos.
Este libro es eso, explicar el derecho de familia (matrimonio, divorcio, régimen de bienes, uniones convivenciales, responsabilidad parental, alimentos, filiación, etc.) más los derechos de la niñez y adopción, más violencia familiar y de género, más salud mental e internaciones involuntarias, más vivienda, como si estuviésemos en el Parque Independencia tomando unos mates o compartiendo un café en un barcito.
Adopción
-¿Qué tipo de adopción existe en nuestro país?
-Actualmente, la adopción en Argentina está concebida como un derecho de niños, niñas y adolescentes a vivir y desarrollarse -como hijos- en el seno de una familia distinta a la de origen cuando esta última no está en condiciones de proporcionarles los cuidados para satisfacer sus necesidades afectivas y materiales.
Esto está consagrado en el nuevo Código Civil y Comercial pero tiene su sustento constitucional en la Convención Internacional de los Derechos del Niño. El primer derecho es el de ser criado por tu familia de origen, ya sea tus padres o la familia ampliada (abuelos, hermanos, tíos, primos...). En algunas ocasiones ello no se puede lograr y es allí donde aparece la posibilidad de la adopción.
Evaluemos esta hipótesis: todas las madres y todos los padres de nuestro país están en condiciones subjetivas aceptables de criar a sus hijos. Si esta afirmación fuese cierta, pues no habría posibilidad alguna de adopción. Todos sabemos que esto no es así, ya sea porque podemos encontrarnos con progenitores que han fallecido y no hay otros familiares, porque una mujer decide dar a su hijo en adopción dado que no la maternidad no forma parte de su proyecto, porque es muy joven, por innumerables razones o porque un niño o una niña fueron sometidos por sus adultos responsables a las vejaciones más indescriptibles con la consecuente vulneración de sus derechos. Allí es donde nace el derecho de los niños a ser adoptados.
-Para finalizar, ¿qué consejo le darías a los jueces y juezas sobre la importancia de respetar los derechos del niño? ¿Y qué mensaje les darías a los padres que quieren adoptar y no se animan?
-No sé si se trata de dar consejos. Al menos en nuestra provincia, los jueces y juezas de familia son personas muy capacitadas. Creo que una pauta de respeto hacia los derechos de los niños -como hacia los derechos de todos- es esto que te comentaba al inicio: tener en cuenta que el derecho no nos pertenece a los jueces, ni a los abogados, ni a los funcionarios, sino a la gente.
Una primera pauta a tener en cuenta es que la adopción no es un remedo de la filiación biológica. Es decir, no reemplaza a la filiación biológica. Es una filiación distinta donde el hijo no tendrá tu información genética y responderá a una historia familiar distinta a la tuya. La historia familiar propia se construirá “a partir de” e incluirá también a la otra historia y a sus vínculos. Para ello hay que estar no sólo bien asesorado en lo jurídico sino también en lo psicológico y afectivo. Y bueno, otra posibilidad, es leer los capítulos II y VIII de “Un tiempito para tus derechos entre un mate y un café”.
El magistrado Marcelo Molina, ex juez de familia de Rosario, dialogó con Mirador Provincial acerca de un tema que aborda los derechos, el amor y la niñez: la adopción. Hace un tiempo, Molina publicó su primer libro titulado “¿Cuánto tiempo es un tiempito?”, una obra que recoge vivencias y reflexiones de sus diez años como juez de familia.
Actualmente sacó otro llamado “Un tiempito para tus derechos. Entre un mate y un café” (Editorial Juris). El libro es una clara invitación a dialogar y vivenciar a través de la lectura el significado que trae la adopción.
-Contanos del barrio que te vio crecer, de tus abuelos, de tus padres.
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Nací en 1966 y me crié en el barrio Refinería de Rosario, cuando era un barrio poblado por obreros ferroviarios, pequeños comerciantes, trabajadores del puerto y de las fábricas que hallabas a poco de caminar sus calles y múltiples cortadas.
Mi abuelo paterno -Pepe- nació en Líjar, provincia de Almería, en la región de Andalucía, España, y mi abuela paterna -Laura- aquí en Rosario, hija de españoles. Se casaron en la década del treinta y fundaron un almacén de barrio tradicional con la “casa de familia” detrás. Allí nació mi papá, Pepito.
Mis abuelos maternos, Chencho y Rosa, eran peones de campo, criollos muy humildes que se afincaron en Los Molinos, a pocos kilómetros de Casilda. Conformaron una típica familia rural santafesina: muchos hijos -once- y mucho pero mucho trabajo.
Chola, mi mamá, vino a trabajar a Rosario cuando tenía trece años como empleada doméstica y hacia la década del cincuenta vivía en una pensión que estaba en la misma cuadra que el almacén de mis abuelos paternos. Allí conoció a Pepito y en el año 59 se casaron.
Chola y Pepito tuvieron dos hijos, el mayor, Jorge Alberto, mi hermano, quien desde muy pequeño mostró todas sus aptitudes para las artes plásticas y hoy por hoy es un enorme artista cuya obra podés ver con solo caminar por las calles rosarinas.
A Pepito sus pulmones le jugaron una mala pasada en septiembre del 78, y ahí quedamos esperando mi hermano (16) y yo (12). Chola falleció en 2014, luego de haber sacado adelante la familia. Nos dejaron algunos legados enormes: la educación como factor indispensable para el crecimiento y el acento puesto en el esfuerzo más que en el resultado.
Derecho
-¿Por qué elegiste la carrera de abogacía? Y ¿cómo llegaste a ser juez de Familia?
-Cuando mi mamá me llevó a la Escuela Obispo Agustín Boneo -de la obra Don Orione- para anotarme en preescolar, la vicedirectora nos recibió en su despacho y me preguntó si sabía escribir algunas letras. Le contesté que sí y le dijo a mi mamá: “Es gordito y alto el nene; mejor lo ponemos en primer grado y después vemos”.
En verdad, mi educación empezó en el barrio, con los amigos refineros que siguen siendo mis amigos: el Matra, Pablo, el turco, el Ingeniero, Pedro, el Cacu, Ariel, el Wichy, el Chaza y Guille, que se nos fue pero aún nos guía.
Cuando llegué a 7mo grado mi viejo me hizo hacer un “test vocacional” y dio como resultado “mejor no lo mande a una técnica”. Pepito me anotó en el cursillo del Superior de Comercio, escuela dependiente de la UNR. Antes de finalizar, Pepito murió y para mí, entrar al Superior, fue un mandato ineludible.
Amé esa escuela y al grupo de pibes con quienes me tocó compartir esos cinco años. Siguen siendo mis amigos: la Iguana, Mauri, el vasco, Leandro, Ariel, Jorgito, Chimi, Rolo y Pantera, Gabriela, las Marcelas, Liliana, Claudia, Ana, Mara, Roxana, Carlita, Gueli y Andrea.
Iba derechito para contador público nacional pero en cuarto año tuvimos un gran profesor de Derecho Civil, el juez de menores Juan Artigas y al año siguiente en Derecho Comercial tuvimos otro enorme profesor, el Dr. Gustavo Rienzi Lapunzina y me enamoré del derecho. Claro está, fui a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario.
Comencé en 1984 y a los pocos meses recibí una beca en el Banco Nacional de Desarrollo, beca que otorgaba el nuevo gobierno democrático a los mejores promedios del Superior de Comercio y del Urquiza. Y ahí me quedé y aprendí a trabajar. Me recibí de abogado en 1989 y rápidamente pasé al sector jurídico del Banco. En ese mismo año, el nuevo gobierno decidió el cierre del Banco aun cuando había prometido su reactivación. Y como gran parte de mis compañeros se fueron, quedé con 23 años como “delegado gremial”. En el 92 me fui del Banco y comencé a ejercer la profesión del mejor modo que podía.
Para mí siempre fue sumamente difícil salirme de la clásica perspectiva del juez. Quizá porque siempre fui pésimo para los deportes y más que ponerme de “arquero”, me ponían de “árbitro”. Me presenté primero para un concurso para cubrir un cargo en el Tribunal Colegiado de Familia N° 4, en el que quedé segundo. Y en 2007 concursé para Familia 5 y obtuve el primer lugar. En diciembre de 2007 juré en ese cargo.
"Creo que una pauta de respeto hacia los derechos de los niños -como hacia los derechos de todos- es esto que te comentaba al inicio: tener en cuenta que el derecho no nos pertenece a los jueces, ni a los abogados, ni a los funcionarios, sino a la gente".
La historia de los libros
-Hablanos de “¿Cuánto tiempo es un tiempito?” y también de “Un tiempito para tus derechos”. ¿Cómo surge la génesis de estos dos libros?
-Para entrevistar niños, cada juez o jueza despliega distintas técnicas, algunas aprendidas, otras improvisadas, otras testeadas y mejoradas con la práctica. El posgrado de Familia de la UNR nos había brindado algunas herramientas provenientes de la psicología, la antropología y la sociología y una mirada amplia hacia las disciplinas no-jurídicas (esto último es indispensable para cualquier juez de familia).
En mi caso particular, tenía siempre a mano lápices de colores, papel y algunos juguetes. Casi siempre los chicos optaban por dibujar y esos dibujos podían llevárselos, colocarlos en una carpeta junto a otros dibujos o pegarlos en la pared. Muchos de ellos volvían con el único objetivo de ver si sus dibujos aún estaban pegados.
Ahora bien, detrás de cada dibujo había una historia. Un día, el periodista Claudio “El Tate” González me preguntó por los dibujos y le conté, sin dar nombres, algunas de esas historias. Me propuso hacer una nota para su diario, cosa que acepté. Pero esa noche, cuando llegué a mi casa decidía escribir tres relatos y se los mandé al Tate con la condición de que los publicase tal cual. ¡Y eso hizo!
Los relatos eran los mismos que yo venía contando en las charlas que daba para la comunidad, nada más que esta vez adquirieron una forma más ordenada con la intención de quedar escritos adecuadamente por quien no es escritor. Algunos amigos me sugirieron publicar los relatos en un libro, cosa que yo también estaba pensando.
Como conté antes, mi hermano Jorge es un gran artista plástico. Siempre parecimos estar en las antípodas, uno abogado, el otro artista. Le propuse hacer algo juntos y así salió la idea de publicar el libro con sus ilustraciones (también hizo la edición, porque uno de sus trabajos fue la edición de libros).
El título fue “¿Cuánto tiempo es un tiempito?” que es una pregunta que me hizo la pequeña Luli de 7 años, quien había ido al juzgado para ser entrevistada junto a su hermana de 5 y su hermanito de 3 años, en el marco de una posible declaración en situación de adaptabilidad. Ella me preguntó si era yo quien les iba a buscar una mamá y un papá, que era lo que ellos querían. Le contesté que sí y ahí nomás agregó “¿cuánto tiempo falta?”. Por mi mente pasaron papeles que subían y que bajaban, recursos, resoluciones, dilaciones, y contesté: “Un tiempito”. Luli, sin pensarlo dos veces, retrucó: “¿Cuánto tiempo es un tiempito?”
El libro es un conjunto de relatos de entrevistas con niños, a los que sumé algunos vinculados a nuestro trabajo en el Tribunal y algunos de mi propia infancia. Con ese libro recorrí numerosos pueblos invitado por comedores barriales, hogares de niños, organizaciones no gubernamentales, parroquias, bibliotecas populares. Yo les llevaba libros y ellos los vendían enteramente a su beneficio en el marco de una charla gratuita que estaba a mi cargo.
En enero de 2019 me propuse ordenar los relatos en una obra de teatro, incluyendo otros aspectos que se ven en el fuero de familia: salud mental, violencia familiar, cuidado personal de los niños, ancianidad, género, adicciones. Lo pensé al hilo de una mañana en un juzgado de familia, con algunos monólogos que reflejan entrevistas con las personas que acuden al juzgado. La segunda edición cuenta con más relatos y con la obra de teatro. La hice con la editorial Juris, de Gino Maezano, que es una editorial jurídica pequeña, rosarina, cuyo titular se banca que el librito esté también gratis por internet.
En cuanto a “Un tiempito para tus derechos entre un mate y un café” hay un relato que se llama “Saber escuchar I” y dice así:
Una señora bajita, con una pollera negra, una blusa y un saquito de lana roja entró en el departamento donde yo ostentaba mi diploma de abogado, pocos meses después de que Mario me dio la mano y me felicitó por haber terminado la carrera. Se sentó, tomó su cartera negra de cuerina y, despacio, sacó un papel doblado en cuatro. El vértice del doblez dejaba ver un agujerito que unía las dos líneas cruzadas dibujadas en el dorso. Lo desplegó y lo puso sobre el escritorio: “certificado de matrimonio” se leía. Me lo dio en mi mano y, sin mirarme a los ojos, me dijo: “Quiero pedirle el divorcio”.
Tomé sus datos, los de su marido, le expliqué el trámite y así se fue, en silencio, con la cartera amarrada entre su pulgar y su codo, aprisionada contra su costado izquierdo.
-No entiendo, le dije a la Secretaria de Familia 4, ¿“estese a la sentencia número….”?
-Sí, doctor, ¡este divorcio lo dictamos hace tres años!
La señora bajita, con su pollera negra, su blusa y su saquito de lana roja, volvió a entrar a mi remedo de oficina.
-A ver, señora, ¡usted ya está divorciada…!
-Sí, pero por la casa, ahora me quiero divorciar por el auto.
Un joven con título de abogado aprendió una enorme lección: respetar al cliente comienza por escuchar su historia, observar sus gestos, mirar sus ojos, deslizar alguna pregunta.
Me lo enseñó una señora bajita, de cabellos color azabache, que venía en colectivo desde el barrio que está cruzando la avenida.
Allí empecé a cursar “Saber Escuchar I”, claro está, fuera de la Facultad.
En el derecho tenemos una regla que dice que “el derecho se presume conocido por todos”. Es una regla tan necesaria como ficticia. En la contratapa de “Un tiempito….” puse esta frase: “El derecho es mi pasión, pero no es mío. Tampoco es de los jueces, ni de los abogados, ni de ningún funcionario. El derecho es en tanto sea de la gente y para que eso se logre debe ser conocido por todos. Por ese sendero camina este librito”.
La divulgación de los derechos es imprescindible. En ese aspecto, la ciencia del derecho se encuentra muy atrás de otras, como la psicología, la economía, las neurociencias, que tienen divulgadores muy reconocidos (tan reconocidos como vapuleados por los “científicos” de sus respectivas áreas).
La importancia de la divulgación está más que probada. Fíjate lo que sucede en violencia familiar y de género. Se han logrado enormes niveles de concientización que se traducen en un ejercicio activo y efectivo de esos derechos.
Desde aquella situación que relato en “Saber escuchar I”, pasando por los tan distintos lugares donde tuve que ejercer el derecho con la gente, siempre tuve la intención de hacer una suerte de derecho disponible para todos.
Este libro es eso, explicar el derecho de familia (matrimonio, divorcio, régimen de bienes, uniones convivenciales, responsabilidad parental, alimentos, filiación, etc.) más los derechos de la niñez y adopción, más violencia familiar y de género, más salud mental e internaciones involuntarias, más vivienda, como si estuviésemos en el Parque Independencia tomando unos mates o compartiendo un café en un barcito.
Adopción
-¿Qué tipo de adopción existe en nuestro país?
-Actualmente, la adopción en Argentina está concebida como un derecho de niños, niñas y adolescentes a vivir y desarrollarse -como hijos- en el seno de una familia distinta a la de origen cuando esta última no está en condiciones de proporcionarles los cuidados para satisfacer sus necesidades afectivas y materiales.
Esto está consagrado en el nuevo Código Civil y Comercial pero tiene su sustento constitucional en la Convención Internacional de los Derechos del Niño. El primer derecho es el de ser criado por tu familia de origen, ya sea tus padres o la familia ampliada (abuelos, hermanos, tíos, primos...). En algunas ocasiones ello no se puede lograr y es allí donde aparece la posibilidad de la adopción.
Evaluemos esta hipótesis: todas las madres y todos los padres de nuestro país están en condiciones subjetivas aceptables de criar a sus hijos. Si esta afirmación fuese cierta, pues no habría posibilidad alguna de adopción. Todos sabemos que esto no es así, ya sea porque podemos encontrarnos con progenitores que han fallecido y no hay otros familiares, porque una mujer decide dar a su hijo en adopción dado que no la maternidad no forma parte de su proyecto, porque es muy joven, por innumerables razones o porque un niño o una niña fueron sometidos por sus adultos responsables a las vejaciones más indescriptibles con la consecuente vulneración de sus derechos. Allí es donde nace el derecho de los niños a ser adoptados.
-Para finalizar, ¿qué consejo le darías a los jueces y juezas sobre la importancia de respetar los derechos del niño? ¿Y qué mensaje les darías a los padres que quieren adoptar y no se animan?
-No sé si se trata de dar consejos. Al menos en nuestra provincia, los jueces y juezas de familia son personas muy capacitadas. Creo que una pauta de respeto hacia los derechos de los niños -como hacia los derechos de todos- es esto que te comentaba al inicio: tener en cuenta que el derecho no nos pertenece a los jueces, ni a los abogados, ni a los funcionarios, sino a la gente.
Una primera pauta a tener en cuenta es que la adopción no es un remedo de la filiación biológica. Es decir, no reemplaza a la filiación biológica. Es una filiación distinta donde el hijo no tendrá tu información genética y responderá a una historia familiar distinta a la tuya. La historia familiar propia se construirá “a partir de” e incluirá también a la otra historia y a sus vínculos. Para ello hay que estar no sólo bien asesorado en lo jurídico sino también en lo psicológico y afectivo. Y bueno, otra posibilidad, es leer los capítulos II y VIII de “Un tiempito para tus derechos entre un mate y un café”.
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