La miniserie “Un León en el bosque” es desde su llegada el pasado 14 de noviembre, la serie más vista de Flow. Méritos no le faltan, la producción argentina, fruto de la colaboración entre la propia plataforma, Kuarzo e Idealismo Contenidos, es una propuesta distinta, muy conmovedora destinada, principalmente, a crear conciencia respecto al autismo y la neurodiversidad. Un producto necesario, perfectamente ejecutado. Y si bien la condición atraviesa todo el relato, siendo una de sus piezas fundamentales, el foco no está puesto principalmente allí. Doble mérito entonces.
Escrita y dirigida por Mariano Hueter y protagonizada por Julieta Cardinali, Federico D´Elia, Carolina Kopelioff, Julián Cerati, Valentina Bassi, Raúl Rizzo y el joven Lucio Elie, la serie cuenta la historia de una familia que, con intenciones de ayudar a su hijo León, decide mudarse a la costa Atlántica. Estiman que alejarse del bullicio constante de la ciudad de Buenos Aires, así como el contacto diario con la naturaleza, propiciarían el ambiente perfecto para que el niño de nueve años, que se encuentra dentro del espectro autista, desarrolle su infancia.
Un producto distinto y hermoso, con un mensaje claro: es primordial abrazar las diversidades, aceptando y celebrando las diferencias.Foto: Gentileza.
Sin embargo, las cosas no salen como pensaban porque allí donde vayan se toparán con seres humanos llenos de prejuicios, autoridades educativas insensibles y compañeros de clases que poco entienden de las necesidades y desafíos del menor.
“Un León en el bosque” es novedosa, al punto de resultar difícil compararla o trazar paralelismos con series que respondan a la misma temática en nuestro país. Es cierto que hay productos extranjeros que abordan la condición como es el caso de la muy popular “Atypical” (disponible en Netflix), pero localmente, se trataba de una gran materia pendiente.
La miniserie, de apenas ocho capítulos de media hora de duración, es emocionalmente impactante. Lo consigue depositando su atención en la dinámica familiar, exponiendo en su desarrollo una clara pregunta: ¿quién cuida a los cuidadores?
En ese sentido, retrata de forma adecuada y sin prisa, los distintos avatares de la familia, sus miedos, su falta de libertad y como su vida se desmoronó con la llegada de un diagnóstico que será de por vida. Expone el sentimiento de soledad de los padres y la inexistencia de un grupo de apoyo y entornos más empáticos y amigables. Una familia que intenta rearmarse, vidas que parecen en pausa y que se posponen y diagraman de acuerdo a las necesidades de otro.
Lo interesante es que el relato da cuenta del desgaste físico y mental de cada uno de los integrantes de la familia, otorgándoles protagonismo y tiempo en pantalla. Un dato no menor, es que cada capítulo se inicia con la voz en off de algunos de ellos, dando así una amplitud de miradas e impresiones de aquello que les toca experimentar.
De los temas que aborda, el sistema educativo es uno a los que más tiempo dedica.
Expone las falencias del modelo tradicional que abandona a aquellos estudiantes que no encajan dentro de esos estándares de aprendizaje neurotípicos, al tiempo que pone sobre la mesa la necesidad de trabajar y dar forma a entornos que respeten la diversidad.
Cualquiera que tenga un familiar dentro del espectro se sentirá representado con lo expuesto en la serie. Existe un concepto bien ejecutado de la condición y se nota el interés genuino del equipo creativo que ya, desde los títulos iniciales, expresa que “no es posible representar con exactitud el autismo, pero sí es importante comprenderlo para poder empatizar y brindar apoyo a todas las personas que son parte de nuestra sociedad”.
Un producto distinto y hermoso, con un mensaje claro: es primordial abrazar las diversidades, aceptando y celebrando las diferencias.Foto: Gentileza.
La narrativa cuidadosa es producto del asesoramiento especializado de la asociación civil TEACTIVA, la producción ejecutiva de Maru Mosca y el apoyo del Lic. Luciano Bongiovanni.
La condición es amplia y con distintos desafíos para cada uno de los que se encuentran dentro del espectro. En el caso particular de León, este no habla, apenas esboza solo una palabra, le molestan los ruidos fuertes, es selectivo con la alimentación, le cuestan los cambios (su comida debe servirse por la izquierda) y la interacción social. Ama pocas actividades, entre ellas el armado de rompecabezas.
Su casa, es la casa de un niño autista. La serie lo refleja a la perfección. Existen los pictogramas (tendientes a reforzar a través de imágenes las actividades del día), el armado claro de rutinas, elementos de regulación sensorial y juegos desparramados que transmiten su interés por los circuitos y patrones claros.
Nos detenemos en ello, puesto que uno de los grandes logros del trabajo es plasmar muchas de las características propias de la condición que los grandes medios, cuando han tenido oportunidad, no han conseguido reflejar. Se habla de autismo, por supuesto, pero generalmente contemplando aquellos casos, mal llamados, de “alta funcionalidad”, años atrás encolumnados bajo la definición- ya en desuso – de asperger. León es un niño con muchos desafíos, quizás la parte menos amable y visible del autismo.
La serie tiene un ritmo muy pausado, que cuando persigue la sencillez de su trama funciona muy bien. Es cierto que en determinados momentos parece enredarse con algunas subtramas que se cierran de forma apurada, pero en líneas generales nada se aleja demasiado del núcleo familiar.
En lo que tiene que ver con las actuaciones, Julieta Cardinali y Federico D´Elia conforman una pareja creíble a la que se le nota el peso de la responsabilidad. La labor de Julián Cerati como hermano mayor de León nada tiene que envidiarles, una verdadera grata sorpresa, goza de un temple calmo y carácter comprometido. Lucio Elie, en la piel de León, aporta solvencia y una actuación que resulta creíble y emotiva. No es poco para su corta edad.
Sin embargo, la que se lleva todos los laureles es Valentina Bassi con un papel chiquito, pero de vital importancia que llega en el tramo final de la serie. Su actuación como acompañante terapéutico es mágica, aterriza como una suerte de Mary Poppins a poner las cosas en su lugar y hacer de la vida de León y de las personas que lo rodean, incluidos sus compañeros de clase, un tanto más amenas. Da forma a un personaje amable, que dan ganas de abrazar y que entiende a la perfección la situación y la condición de León. No es para menos, Bassi en la vida real es madre de un joven autista y su conocimiento traspasa la pantalla de forma notoria.
Es interesante el uso que la serie ha hecho de los escenarios naturales, la decisión de rodarla en Pinamar, entendemos, no es accidental. La ciudad con sus bosques, playas desiertas y su mar y cielo cambiantes, dan cuenta del viaje personal de los personajes, simbolizan revolución y calma, pero sobre todo refuerzan la importancia que tiene el entorno.
“Un León en el bosque” consigue destacarse, ante todo, por su mirada sincera y libre de romanticismo. Lo hace frente a un mercado lleno de historias plagadas de clichés y estereotipos, respetando a la audiencia y dando cuenta del condicionamiento que representa para la vida de todas aquellas personas que lo viven de cerca. Tiene momentos de gran emotividad, que alcanzan su pico máximo frente a esos pequeños grandes cambios en la vida de León y la relación con su círculo íntimo. Un producto distinto y hermoso, con un mensaje claro: es primordial abrazar las diversidades, aceptando y celebrando las diferencias.